Un comedor comunitario: la segunda oportunidad para transformar la vida

Un comedor comunitario: la segunda oportunidad para transformar la vida


Miltha Puentes no esconde sus tatuajes. La blusa de tiras que lleva puesta bajo el delantal, deja ver su espalda y sus brazos donde se dibujan, en tintas de colores, algunas flores, un unicornio, mariposas y hasta un nombre. Algunos de esos grabados son el rastro de la vida que llevaba hace algunos años y de la que ahora no se siente orgullosa.

Esta mujer de ojos verdes, que hoy es conocida en Siloé por ser la gestora del comedor comunitario Los Pomos, del programa Corazón Contento de la Administración DIstrital, hace un tiempo tenía fama por ser quien movía el negocio de la droga y las armas en el sector; era “La Patrona” del negocio en el barrio.

Dos veces estuvo en prisión, la primera en El Buen Pastor, la segunda en la cárcel de Jamundí. Ochos años privada de la libertad. Quizás, su principal condena fue el asesinato de uno de sus dos hijos; esa pérdida la convenció de que debía cambiar de camino.

“Cuando salgo de ahí nadie me daba una oportunidad. Había gente que me decía que me ponía el plante y siguiera en lo que estaba antes; tuve la tentación de seguir delinquiendo, pero en ese momento de debilidad llega el comedor a mi vida”, recuerda Miltha, sentada en el sofá de su casa, mientras espera que empiecen a llegar los comensales.

Cuando le hablaron de la posibilidad de que abriera un comedor comunitario en su casa, no le sonó la idea. Pensó que, aunque era buena cocinera, nadie le recibiría un plato de comida a quien le había causado tanto daño a la comunidad. “La misma persona que les vendía drogas a sus hijos, ahora les ofrecía comida”, dice.

Pero se animó. Reunió toda la documentación requerida y recogió más de las cien firmas que necesitaba para que le avalaran el comedor.

Poco después recibió la dotación y los alimentos. Los primeros días no tuvo mucho éxito, poca gente fue a su comedor. Terminó saliendo a ofrecer la comida entre sus vecinos, los mismos que empezaron a notar el cambio que estaba ocurriendo en ella, “la gente cambió conmigo, ya me trataban diferente; me perdonaron”. Afirma.

Aunque hubo momentos en los que estuvo a punto de retornar al anterior camino y asegura que el comedor evitó que cediera ante la tentación “porque si Dios me mandó esto, no podía volver a caer; yo estoy colaborándole a la gente y me estoy sirviendo a mí misma”, dice convencida.

Falta poco para las 11 de la mañana y de uno en uno van llegando los beneficiarios con sus recipientes, para que Miltha se los devuelva con comida. Son 50 personas las que atiende diariamente, aunque asegura que se empieza a quedar corta porque le están llegando más, y a veces hasta sacrifica su almuerzo para que otro coma.

No fue la cárcel la que resocializó a Miltha sino el comedor comunitario el que lo hizo. “En mi caso, se puede decir que el comedor me cambió”, afirma. Y es que, además, este espacio, que abrió hace dos años y medio, se volvió para ella en la manera de repararle a la comunidad el daño que alguna vez le causó.

Dice que todas las personas tienen derecho a reconocer sus errores y merecen una oportunidad. Ella la obtuvo y la aprovechó.

“En el mundo de la delincuencia yo era muy nombrada y muy respetada, nadie se atrevía a meterse conmigo; en el momento uno se crece, pero cuando veo las cosas desde otra perspectiva, me doy cuenta de que eso no era bueno. Ahora, como gestora, me siento importante, pero de otra manera, ya no en lo malo sino en lo bueno”, expresa sonriendo.

Miltha Puentes es un ejemplo de la apuesta de la Secretaría de Bienestar Social, mediante el Programa de Seguridad Alimentaria Corazón Contento, por aportar al empoderamiento de las comunidades desde la lucha contra el hambre, porque detrás de cada plato de comida que se entrega se cocina una labor más grande de construcción de tejido social.

 


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Fecha de publicación 10/10/2022
Última modificación 10/10/2022

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