Bailar salsa, una pasión con sacrificios y dedicación

Tras el escenario, la adrenalina, emociones, sonrisas nerviosas y las lentejuelas en los trajes se confunden con el brillo que produce el sudor en la piel al bailar, buscando la perfección en el movimiento sin perder la coordinación.
Bailando, decenas de hombres, mujeres y niños, ponen toda su alma en la pista, sumando sus sueños, logros y derrotas. La salsa es su opción de vida.
Es por ello que, especialmente en el oriente de Cali, numerosas escuelas de salsa reciben a niños, niñas y a jóvenes para demostrar que llevan el ritmo en la sangre y que el talento les sobra.
Y es precisamente en un espacio de inclusión cultural, en el cual se miden con sus pares, pero a fuerza de movimiento y cadencia. Este es el Festival Mundial de Salsa que llegó a su séptima versión y en su primer día de competencias, cerca de 1.800 artistas deleitaron a los asistentes, que llenaron hasta el tope las graderías del teatro al aire libre Los Cristales.
Durante el Festival, aproximadamente 3.400 participantes e igual número de familias asumen el reto de mostrar por qué son los mejores en un evento al que acuden cerca de 70 escuelas de otros países y de diferentes ciudades del país. Cada uno de esos 3.400 bailarines tiene una historia que contar.
Una de ellas es la de Óscar Eduardo Valencia, que dirige el grupo Ritmo Latino de la institución educativa República de Israel, de Cali.
“El trabajo es duro porque hay inconvenientes. Algunos estudiantes no pueden asistir, pues no les va bien en el estudio; no tienen dinero para llegar a la clase, los ensayos son hasta de seis horas o más y a veces los papás no creen y no los dejan ir. Por eso, toca citar a los padres a los ensayos para que apoyen y crean en esa apuesta importante para sus hijos, pero también pasa que los entrenadores de la fundación Marcelino, con la cual, la institución tiene un convenio, no pueden venir porque viven en Buenaventura y hasta en Chocó. Es por esta razón, que hemos tenido dificultades para ensayar”, cuenta Valencia.
El grupo de baile de la institución se fusionó este año con la Escuela de Baile Sarai Dance, de Palmira, para fortalecerse.
El director del grupo del plantel de República de Israel también anota que faltando pocos días para iniciar el Festival de Salsa no había vestuario. Los chicos de la institución educativa y su rectora, Rosa María Salguero, tocaron puertas. Así que la Cooperativa Progresemos, en uno de los varios gestos de solidaridad con la institución, aportó los trajes, recordando que en el pasado había adecuado un salón para los ensayos y un comedor para los integrantes”, dijo Valencia.
“Desde pequeña siempre me ha gustado bailar. Mi mamá se emociona cuando me ve por televisión haciéndolo y aunque mi papa está lejos, me desea suerte para que yo salga adelante con este proyecto de vida. No es un camino fácil, pero es el que elegí y sueño con ser una gran bailarina para sacar adelante a mi familia y para forjar un mejor futuro para mí. Además, he tenido el apoyo de profesores y de la institución”, dice una de las integrantes.
Otros sueños, otros artistas
“Acabamos de salir de la pista. Estamos contentos, pues sabemos que el trabajo logrado ha sido de compromiso en grupo; es el resultado de días largos, tardes y noches extensas de ensayo, pero en ocasiones nos entristece no alcanzar los objetivos. No obstante, siempre estamos dispuestos a luchar, a seguir y a fortalecernos como profesionales que somos. En ocasiones dejamos a nuestra pareja y familia a un lado, nos olvidamos de la vida personal, por hacer lo que queremos con pasión: bailar”, cuenta Hárold Cuenca, bailarín de la Fundación Artística y Cultural Sentir Folclórico (Senfol).
Por su parte, Jefferson Andrés Figueroa, bailarín profesional y del equipo logístico del festival, “la mayoría de los participantes en este evento son veteranos con más de 12 años bailando. Para los primíparos, es muy duro, pues para el Mundial hay que ensayar todos los días. Yo ensayo a diario, aunque trabajo y estudio, pero toca dedicarse desde las 7:00 de la noche hasta las 11 y seguir de largo hasta las 2:00 de la mañana. Esto es un modo de vida. Amo bailar salsa. Es lo mío, es mi pasión y mi vida, y esto no me lo quita nadie”.
María Cristina Bedoya Gómez
Comunicaciones SEM