La medalla de oro de Figueroa, un flash de vida

La medalla de oro de Figueroa, un flash de vida

“El tiempo de Dios es perfecto”, es la respuesta que da el campeón Oscar Figueroa a la pregunta, sobre lo que piensa de su medalla de oro en los Olímpicos de Río 2016. Una frase que cobra mucho sentido si se tiene en cuenta que el oro le fue esquivo en las justas en Londres 2012 y ni que hablar en Beijing 2008, cuando se lesionó y los rumores llegaron al punto de decir que lo había hecho adrede. “La prensa del país e incluso la dirigencia deportiva, me dejaron sólo y fueron muy duros. Me tildaron de perezoso, de no querer colgarme el oro”, declara el medallista.

Recorrer con él una sola cuadra camino al gimnasio de pesas, es todo un paseo interesante de gente pidiéndole autógrafos y queriendo una “selfie” con uno de los mejores deportistas que se han hecho a pulso en Colombia.

Ya luego de varios días de vuelta en Cali, Óscar afirma que nunca ha dejado de tener los pies en la tierra; que sabe lo que se vive luego de ganar una medalla y que el asedio de la prensa, la gente, el celular a reventar de mensajes y demás, no lo molesta pero que tampoco le llenan de helio el ego.

Cuenta ya tranquilamente que antes de competencia, duerme y come relajadamente, pero ya luego, y más si logra subir a pódium, la adrenalina que aún recorre su cuerpo, no lo deja dormir sino hasta las 9 ó 10 de la mañana del otro día.

“Esta vez, mi entrenador y mi hermana me tenían la sorpresa de tener a mi mamá frente a mí apenas bajé de la plataforma. Y lo más sorprendente aún, fue que ella estuvo allí presente todo el tiempo, acompañándome sin yo saberlo”, comenta Figueroa. Sí, doña Hermelinda su madre, la misma que le enseñó al campeón el arte de cultivar la tierra, de cocinar como los dioses, estaba allí para abrazarlo, para en silencio y con lágrimas de amor infinito y orgullo desgarrador, hacerle sentir que siempre, desde pequeño ha sido todo un ganador.

Pero para Oscar fue difícil siquiera sentirlo así. Su vida no ha sido color de rosa. De hecho le tocó vivir la violencia de la zona donde nació: Zaragoza, Antioquia; donde reclutaban niños para la guerrilla. Como si fuera poco, el maltrato de su padre para con él, sus hermanos y su señora madre, era intolerable.

Armados de valor y sentido de protección, salieron los cuatro hermanos Figueroa y doña Hermelinda, huyendo hacia Cartago. Allí se terminó de criar Oscar y fue donde comenzó su amor por la halterofilia.

“La primera vez que pensé que podía ser campeón mundial y olímpico, fue en el año 1998 cuando me dicen que me iban a traer a Cali. En ese momento ya era campeón nacional y departamental. Entonces vi en Sidney 2000 que María Isabel Urrutia obtuvo el oro y dije… ¡Uy, yo quiero ser campeón olímpico!... y lo logró, increíblemente a los 33 años cumplidos, cuando la expectativa para alcanzar medallas en esta disciplina es máximo los 30. Lo logró, luego de una exitosa operación de las cervicales c6 y c7 de su columna, realizada apenas el 12 de enero de este año.

Óscar rompe todos los esquemas de un deportista; sobre todo, los que tienen que ver con las posibilidades en tiempo récord de recuperación y capacidad física para continuar en ascenso sin importar la edad. Así se haya quitado sus botas en plena plataforma ya como todo un medallista olímpico de oro, no está listo para abandonar el deporte. Piensa seguir, pero por ahora se tomará dos años de descanso activo.

“Voy a estudiar para terminar mi pre grado en administración de empresas y hacer la maestría en gestión pública para seguir mejorando, porque quiero estar en la parte de la dirección deportiva”. Ahora, sus botas van camino al museo olímpico de Lausana en Suiza. Es el primer medallista colombiano que tendrá su “puestico” allá.

Óscar quiere que el deporte sea nada menos y nada más que una política de Estado y eso lo pretende lograr, siendo el primer ministro de deporte de Colombia. Por ahora el campeón continúa con una agenda tan apretada que ya le tocó tener asistente para no “enredarse”.

Es invitado de honor por tres días, a su tierra natal, esa Zaragoza a la que no va hace muchos años ya. Estará filmando un especial para la televisión española porque su caso como deportista lo consideraron excepcional. La navidad la pasará en Cancún, con todos los gastos pagos; un regalo que le otorgó la universidad Santiago de Cali por su impecable presentación en los Olímpicos en Río 2016 y por ser un alumno brillante.

El campeón está recogiendo el fruto de una lucha constante, contra lo que vivió como niño, contra todo comentario mal intencionado, contra las envidias y contra el dolor que las lesiones en su espalda le causaban a diario, pero que debía ignorar para seguir entrenando. Esos 318 kilos que alzó en total en Río, los lleva en el alma, en el flash de vida que pasó por su mente tan pronto entendió que ya el oro era suyo.
Juliana Rosero Berrío.


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Fecha de publicación 29/08/2016
Última modificación 29/08/2016

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