Las rumbas de cuota, en Cali… empezaron con Casú

Las rumbas de cuota, en Cali… empezaron con Casú


os rumberos de Cali de los años 80 y 90 aún tienen viva en su memoria la imagen de ‘Casú’, aquel mono de ojos verdes, de 1.85 metros de estatura y 125 kilos de peso, al que el cabello dorado le caía más abajo de los hombros -a mitad de la espalda- el cual era acariciado por mujeres que con el pretexto de ayudarle a poner música, se sentaban en uno de los ocho cajones de madera que contenían más de 1.000 discos LP traídos de Estados Unidos, solo para robarle un beso o sacarle una caricia.

Él -mujeriego a más no poder- aceptaba las visitas aun sabiendo que su oficio de discómano no le dejaba tiempo sino para buscar una pachanga de Joe Quijano, una salsa de Richie Ray o un bolero de Tito Rodríguez que los clientes le apuntaban en papelitos para que los complaciera. Ellas se limitaban a limpiar los discos con un paño empapado de varsol y una vez el vinilo quedaba reluciente lo llevaban hasta el tornamesa donde estaba Casú, quien al verlas llegar se quitaba los audífonos, recibía el LP cogiéndolo de los bordes con las dos manos abiertas, les daba un pico, una nalgada y ya. Ellas, felices, volvían al cajón a esperar -trapo en mano- el siguiente disco y su consecuente recompensa.

Las rumbas de Casú eran en la iglesia del colegio del barrio Champagnat, donde inició labores la Universidad Autónoma de Occidente y donde hoy funciona la Fundación Centro Colombiano de Estudios Profesionales F-Cecep. El padre Gutiérrez le permitía hacer allí la fiesta. Las bancas eran arrumadas en el atrio junto al altar para dar espacio a las ocho columnas de sonido y los 12 juegos de luces robóticas que destellaban en los vitrales.

La entrada costaba 300 pesos. El horario era de 3:00 a 6:00 de la tarde. En esas tres horas no se podía consumir licor sino jugo de lulo y gaseosa, popularizándose así las fiestas de agüelulo, donde solo asistía gente sana ya que en aquel entonces los marihuaneros eran despreciados y los alcohólicos alejados, pues ellos eran los que en medio de su traba o de su rasca ponían problema. 

Por eso, en los 11 años que tuvo Casú su discoteca ‘La Fantástica’, no se registró ni una sola pelea. Y todos, muy juiciosos, desocupaban el sagrado recinto cuando Casúprendía las luces y dejaba sonar el tema ‘Se acabó’, de Ricardo Fuentes, el cual indicaba que por hoy la rumba llegaba a su final. 

Su colección musical llegaba casi a los 3.000 discos, los cuales acomodaba en 25 cajones de madera que transportaba en tandas de a ocho en su camioneta roja con blanco marca De Soto modelo 1960, para no dejarse ganar de la competencia que en aquella época le montaban la Discoteca Bam Bam y el Sonido de Luis Nieto.

El sonido de Casú era el preferido de los duros de la música, en especial de los salseros, aunque el bolerista y cantante de música tropical Rodolfo Aicardi siempre lo exigía cada que llegaba a Cali. Al mono no le faltaba nada. Estaba ‘embilletado’, tenía casa, carro, mujeres a montón, familia, amigos, lucía cadenas, anillos, mantenía ‘embambado’ y viajaba cuando quería, donde quería y con quien quería, pues nunca se casó ni dejó hijos regados.

De un momento a otro y sin darse cuenta, la vida le puso a Casú el tema: ‘Se acabó’, para indicarle que esa vida de opulencia había llegado a su final. Aquellas viejas pasaron de sentarse en el cajón, a sus piernas, no buscando caricias sino para hurgar los bolsillos de los pantalones que dejaba tirados en el piso, pues era difícil ‘chalequearlo’ dormido porque él nunca tomó trago.

Recuerda con ‘piedra’ una noche que llegó una amiga a visitarlo a su casa del barrio Alameda con el pretexto de llevarle unos tamales, cuando la intención era otra. La chica se había embadurnado los senos con escopolaminay él, cual bebé, se alimentó placenteramente hasta quedarse dormido en su regazo, pero cuando despertó estaba en una clínica, medio atontado, sin el anillo que en el año 1992 le había costado un millón de pesos, sin sus cadenas, sin la plata y mucho menos la vieja.

A partir de allí, su vida es otra. Estar hoy en día frente a Casú -35 años después- es como estar entrevistando a un jubilado de la NBA de 79 años de edad, sentado en un taburete, con una figura bonachona, pelo largo cobrizo que aún conserva sin canas, unos ojos verdes casi glaucos debido a la intensa palidez de sus tintes y una barba de color ceniza que le da un aspecto similar al del Dios Zeus o al de San Pedro sentado a las puertas del cielo.

Con nostalgia recuerda al flaco ‘Clavelito’ y al morocho Evelio Carabalí bailando las pachangas que sonaban en su tornamesa marca Lenko, con aguja de diamante. Recuerda a Radio Tigre, a Radio El Sol, al ‘diablo’ Cajiao, a temas como ‘Lluvia con nieve’, ‘A Baracoa’, ‘El avión’ y otros.

Habla poco, por cuotas. Literalmente, para él todo se derrumbó el 1° de diciembre del año 2013 cuando estando dormido en su casa de la carrera 23 N° 8-30 del barrio Alameda el techo y las paredes de la edificación se vinieron abajo a las 3:00 de la mañana y él se despertó asustado en medio de una polvareda, pero ileso.

Algunos vecinos corrieron a auxiliarlo. Otros a saquearlo. Bajo los escombros estaban los tornamesas, los cajones con discos, las luces, los bafles, la herramienta y sus dijes. Muchas de sus pertenencias pasaron a casas cercanas y otras tomaron un rumbo hasta ahora desconocido. Amaneció con una mano atrás y otra adelante, pues los discos que vendía a coleccionistas y con cuyo pago sobrevivía, se volvieron humo. 

Los tornamesas Lenko, Marantz y Garrard, quedaron hechos trizas. Le dejaron una que otra carátula de la Fania, Puppy Legarreta, Nélson y sus Estrellas, RichieRay y Johnny Pacheco, sin el disco en su interior.

Víctor, el único amigo que lo ha acompañado en las buenas en las malas y el que en la actualidad vive con él para suplirle sus necesidades dada la dificultad que tiene para desplazarse, dice con rabia que a Casú todo el mundo -hasta sus allegados- lo roban porque él más que noble es pendejo.

“Para reparar el techo y las paredes de la casa que se le cayó, vendió en 210 millones de pesos una propiedad que tenía alquilada en el barrio Santa Elena y en 3 millones de pesos la camioneta De Soto. Los ‘vivazos’ que contrató para reconstruir la edificación le maquillaron las cosas, porque la parte de atrás y el segundo piso aún están en ruinas y dicen que ya se agotó el único capital con que contaba. Ahora sí quedó jodido. Un amigo maestro de obra me asegura que en eso que hicieron no se han gastado ni 35 millones de pesos, pero ya no hay plata”, dice Víctor con impotencia.

Casú se limita a oírlo y asiente con la cabeza cada palabra de su amigo, mientras su larga cabellera roza el borde de la mesa. Aquel ‘mancancan’ nacido en Río Blanco (Tolima) que llegó a vivir hace 52 años al Hospedaje y Restaurante Tolima de su abuelo, ubicado en el barrio Santa Rosa de Cali y que estudió en el Colegio Americano cuando éste quedaba en la carrera primera con calle sexta, ahora se siente solo, abandonado y olvidado.

Está bailando con la más fea. Aquellos que dieron sus primeros pasos en la salsa ya ni se acuerdan quién es Casú. Los que pasan por su derruída casa de Alameda lo saludan con cariño porque es un personaje, pero no lo ayudan.  

Y justo ahora, cuando se aproxima el Festival Mundial de Salsa del 27 al 30 de septiembre en el Coliseo El Pueblo de Cali y llega la temporada decembrina, muchos recordarán que todo el que llegaba a la Discoteca La Fantástica de Casú un 24 de diciembre, salía con su ancheta en las manos o hastiados de comer manjarblanco, natilla, brevas y hojaldras, las mismas que ahora él ve pasar sin saborear, porque la ingratitud baila al son que le toquen.

 

William López Arango

 


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Fecha de publicación 23/09/2018
Última modificación 23/09/2018

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