Ananías Caniquí, partió con sus violines de guadua

Ananías Caniquí, partió con sus violines de guadua

Ananías Caniquí, el violinista del Grupo Renacer, de destacada participación en varias versiones del Festival de Música del Pacífico ‘Petronio Álvarez’, en la modalidad de ‘Violines Caucanos’,  a sus 71 años dejó de existir en una clínica de esta ciudad, aquejado por una falla al sistema respiratorio.

La secretaria de Cultura y Turismo de Cali, Luz Adriana Betancourth, al expresar su voz de condolencia a sus familiares, allegados y seguidores de su música y su arte, manifestó que es un deber de la administración caleña, reconocer el legado de estos cultores de nuestras tradiciones, quienes trabajan por la promoción y divulgación del patrimonio inmaterial.

Sobre Ananías Caniquí, habitante de la Vereda Mazamorreros, del Municipio de Buenos Aires – Cauca, quien elaboraba artesanalmente sus violines en guadua, para interpretar ritmos como el Torbellino y la Juga, el realizador caleño, Fabián Barreiro Macuacé, elaboró la siguiente crónica para el festival del 2015, que compartimos a continuación.

Ananías Caniquí, Guardián de ancestralidad
Lo primero que uno se imagina al verlo maniobrar el machete, es la agilidad que debió tener este hombre de joven. Los movimientos que realiza enseñando a  sus alumnos la grima, un arte marcial tradicional que tiene como arma principal el machete y que es originario de los pueblos afrodescendientes del norte del Cauca, son difíciles de realizar aún para sus jóvenes alumnos.

Ananías Caniquí aprendió el arte de la grima de Graciliano Balanta un campesino de la vereda de lomitas, que a su vez aprendió Teófilo Possú, otro campesino de Timba, quién a su vez aprendió de su abuelo y este de su padre y así sucesivamente hasta llegar a su origen, que se dio en las haciendas donde habitaban los esclavos.

Cuenta Ananías que los esclavos se detenían a ver a su amos y señores a practicar la esgrima, pero no con sables como es conocido este deporte, si no con unas espadas grandes y gruesas y les llamo la atención la agilidad de su movimientos.
A punta de observación comenzaron a imitar los movimientos con los machetes que usaban a diario en sus labores agrícolas y a involucrar nuevos movimientos con los cuales se sintieran más propios y paradas que es como llaman los Grimeros, a las  más de 60 poses de ataque y defensa que existen en este arte y 30 más de peligrosa  ejecución, esto se volvió un problema para los hacendados, porque los esclavos que manejaban el arte de la grima cuando entraban en aptitud de rebeldía era casi imposible atraparlos.

En su escuela entrenan unos veinte jóvenes. Hombres y mujeres. Lo hacen los jueves por la noche, después de trabajar en los potreros y cultivos, y las mañanas de domingo, antes de dedicarse a jugar parqués, a oír música o a dormitar en asientos de madera bajo los aleros de las casas de bahareque. A ninguno de sus alumnos les gustan las riñas. Se convierten en guerreros del machete para hacer exhibiciones o para bailar torbellino, guiados por su maestro. En mis tiempos “le sacaban el machete, le alargaban un pañuelo al enemigo y le decían: cógete de la punta que vamos a matarnos y ninguno lo podía soltar porque era cobardía”, recuerda.

El violín, lo aprendió a tocar de la misma forma que lo hicieron sus ancestros, a oídas, y se convirtió también en fabricante de violines de guadua, ese arte lo aprendió de un tío, quien a su vez lo aprendió de su padre, su tío le enseñó que sus ancestros, los esclavos, no se pudieron resistir a la bella melodía de los violines que tocaban sus amos españoles en sus fiestas y reuniones, fue tanto el impacto que causó en sus corazones que no se sabe quién ni cómo, pero uno de los negros esclavos, tomo un árbol de Guadua con el cual intentó fabricar un violín, y desde ese momento poco a poco se fueron perfeccionado los elementos de su fabricación hasta lograr sacar un sonido similar al de los violines europeos.

Ananías toca el violín con sus largos dedos y una sonrisa permanente en su rostro, cuando era joven recorría las casas de sus amigos y las veredas del Norte del Cauca, amenizando parrandas que solo terminaban con la luz del sol y a veces varios días.

Hoy sus días transcurren entre su escuela de grima y en luchar por construir una escuela de violín en su vereda, entiende que las dos artes que el domina desde muy joven, forman parte de un legado  que el mundo quiere conocer y preservar, no entiende porque los numerosos violinistas de academia con los que habla, lo tratan con tanto respecto y reverencia, - todos ellos tocan el violín mejor que yo - dice mientras sonríe, afirmación que puede ser cierta, pero todos quienes los reverencian entienden que las cuerdas de su violín tienen algo que los otros violines no tienen, el sonido de la libertad.

 


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Fecha de publicación 09/02/2016
Última modificación 09/02/2016

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