Inmortalizada la más grande monitora cultural de Cali

Inmortalizada la más grande monitora cultural de Cali


A punto de llorar, estresada, semidesnuda, tapada escasamente con un sombrero de paja que apretujaba contra su pecho y mordiéndose los labios en un baño del segundo piso de la Galería de Arte 19, en el centro de Cali, se encontraba Maritza Adela Bonilla Herrera Sinisterra Arrechea Congolina Arboleda Zúñiga Venté de Angulo.

No era para menos. Ella era la condecorada en la Semana de la Afrocolombianidad por la administración incluyente del alcalde Maurice Armitage, a través de la estrategia ‘Cali Vive 24 horas’ de la Secretaría de Turismo y el concurso de las Secretarías de Bienestar Social, Cultura, Desarrollo Económico, Gobierno, Deporte y Recreación, Equidad de Género, Planeación,  Seguridad y Justicia, Movilidad, Paz y Cultura Ciudadana, Dagma, Ciudad Limpia, Metro Cali, Uaespm y el Cdav. Y no tenía vestido para salir a recibir su galardón.

La ropa con la que llegó se la llevaron para traerle la que habría de lucir, pero el encargado de vestirla con el ajuar escogido, no aparecía por ningún lado. La ceremonia estaba prevista para las 6:00 p.m. y ya eran las 8:00 p.m.  

Impaciente e impotente, oía cómo desde la tarima donde habría de subir para ser condecorada la llamaban insistentemente. Pero no podía ir. Sus cientos de admiradores se miraban entre sí y buscaban a lo lejos la figura alegre y jovial de la ‘mamá’ de los hijos del Pacífico. Aquella negra que es monitora cultural en cinco comunas de Cali, donde actualmente enseña sus saberes ancestrales a 169 niños y jóvenes, 98 abuelos, 17 alumnos en condición de discapacidad y 11 en estado de indigencia, los cuales se suman a los 1583 que ha graduado en culturas étnicas en tres años de docencia que le ha patrocinado la Secretaría de Cultura de Cali.

Los más reconocidos músicos del Pacífico colombiano como Hugo Candelario González, Cinthya Montaño, Ana Cecilia Mosquera, Carolina Mosquera, Zully Murillo, los jóvenes de las agrupaciones Canalón de Timbiquí y Timbiáfrica, esperaban ansiosos a su maestra, la directora del grupo ‘Joricamba’ y pionera del Festival Petronio Álvarez, que se convirtió en un referente artístico y sabedora ancestral del litoral y que representa la resistencia, la cultura y la alegría de una etnia.

Aquella que se presenta con sus ocho apellidos de cuna, más el de casada, para no olvidar de dónde viene ni para dónde irán sus hijos. Ella, hija de un carpintero y de una comadrona rezandera, es la semilla cultural que se ha diseminado en las tierras fértiles de las comunas 3, 7, 8 13 y 14 de Cali, Buenaventura y Timbiquí. Y por eso y mucho más, iba a ser homenajeada.

En medio de su angustia y olvidándose por un instante de que estaba en un baño y en  paños menores, Maritza Bonilla comenzó a recordar a sus niños de la pastoral afro del barrio Charco Azul cantando los arrullos y alabaos que ella les enseñó; a los jóvenes de El Pondaje que sacó del vicio y el pandillaje con su música; a las tres niñas de Marroquín entre los 11 y los 14 años que fueron violadas y llegaron donde ella a descargar su ira azotando con sus manos un guasá hasta reventarle las pepas y a sus viejitos artríticos del barrio Lleras que con una cumbiamba se aliviaban de sus dolencias.

“Dios santo… qué es todo esto. A qué horas la Secretaría de Cultura de Cali me dio la oportunidad de llegar como monitora cultural a toda esta gente que me necesita. Yo que he viajado por el mundo, que he estado en África, Suiza, Holanda, Estados Unidos, Perú y muchos países con mi folclor, me doy cuenta que mi gente está aquí a mi lado. Esta con la que yo comparto baile, canto, teatro, saber ancestral, punta de cruz, peinado afro, bordado, fabricación de instrumentos y que hoy viene a homenajearme”, decía Maritza mientras miraba el reloj.

Como en el túnel del tiempo, una cronología de años pasó por su cabeza. Recordó la llegada de su natal Timbiquí a Buenaventura y de allí a Cali, donde la acogió el barrio Lleras, sector La Guarapera en la calle Cuba. Tenía 9 añitos. No conocía ni una moto y le asustaban las tractomulas. No quería cantar si no bailar. Pero el maestro Manuel Alberto Valencia le insistía tanto con el canto, que logró que ella cantara música gusacarrilera en el Hotel Estelar Estación, de Buenaventura.

En el año 1989 llegó a Cali y a partir de entonces se le vio en presentaciones en el restaurante Cali Viejo y otros escenarios, en compañía de Hugo Candelario, Albert, Juan Angulo, pasó a giras nacionales e internacionales, llegó al Petronio e inició su proceso con los músicos Herencia de Timbiquí, Verner, William, Javier, Luis, los Mancilla y otros.

Hoy en día, cuando ya está más allá del bien y del mal, es una convencida de que lo suyo es llegar al niño de la escuela, al ‘pelao’ del barrio y al viejo del polideportivo. Su sueño es tener una fundación o un rinconcito donde lleguen todos los que quieran aprender, compartir y conversar con ella porque le encanta que la visiten.

Y cuando hablaba de visita, le llegó una: el estilista que le traía el vestido. No valió la excusa de estar volteando dos horas buscando parqueadero, ni que la había estado preguntando por cielo y tierra, ni que el celular lo tenía descargado. Como la diva que es, no lo miró, se deshizo del sombrero, se paró sobre sus zapatos dorados, se enfundó en su traje fucsia con rayas amarillas, se terció un turbante café y de dos zancadas llegó a la tarima donde miles de aplausos y ovaciones le hicieron olvidar que hacía dos horas y media había estado al borde del colapso.

William López Arango


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Fecha de publicación 08/10/2018
Última modificación 08/10/2018

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