En Cali la salsa no se come, con ella, la gente se eleva, se despeluca y goza moviendo los pies

En Cali la salsa no se come, con ella, la gente se eleva, se despeluca y goza moviendo los pies


“Si estos son los principiantes, cómo serán los de “verdá””, decía aterrada Zeneida Yangana, una mujer de aproximadamente cincuenta años que nunca había venido a Cali y, mucho menos, había asistido a un espectáculo masivo en el que se bailara salsa.

“Yo vivo en Río Blanco, en el Cauca, en una finca del resguardo indígena Yanacona por allá por Sotará, de la que poco salgo porque el transporte por allá es muy difícil. Vine a Cali a una cita médica porque me van a operar, pero dizque hay un problema con unos papeles y me van a atender es dentro de un mes. Entonces me voy a quedar viviendo aquí en la casa de una cuñada que vive en Charco Azul. Como no tengo nada qué hacer, me voy pa’ donde me inviten. Por eso vine aquí”.

Eso decía Zeneida sentada en primera fila del Teatro al aire libre Los Cristales, en donde vivió y casi que pudo palpar la jornada clasificatoria de este sábado 8 de septiembre del decimotercer Festival Mundial de Salsa Cali 2018, en la categoría Amateur, modalidad solistas, parejas y grupos en salsa estilo caleño, cabaret y en línea.

“¡Ay!, esa muchacha se va a matar”, gritaba cada vez que los bailarines de la categoría salsa cabaret lanzaban al aire a una de las niñas como parte de la coreografía. Ella cerraba los ojos y fruncía hasta el dedo chiquito.

La pareja de esposos, Carmen Elisa Mongrobejo y Jesús Antonio Valencia, también estaban en el Teatro al aire libre Los Cristales. Asistieron para ver bailar a su hija de 18 años, Diana Rocío, bailarina de la escuela Sangre Salsera, de Jamundí (Valle).

Una grada más atrás, Steve Browman, Andy Chapter, Wendy Hassenholf, July Spencer y Jeremy Adams no perdían detalle de lo que sucedía en tarima. Ellos viven en el barrio San Antonio, aunque nacieron lejos de Río Blanco y de Jamundí.

A medida que avanzaban las eliminatorias, más exigente se hacía la competencia y menos tensa la situación, pues, Zeneida ya sabía que la muchacha que lanzaban al aire, caía en los brazos de su pareja sin despeinarse; los esposos ya habían aplaudido a su hija a más no poder y, para los extranjeros, bailar en Cali era algo tan natural que hasta ellos se atrevían a dar brinquitos, eso sí, descoordinados.   

La felicidad era el común denominador en Los Cristales. No, en vano, Zeneida le pedía repetidamente a su cuñada que la llevara nuevamente este domingo 9 de septiembre a ver los competidores de la categoría profesional, esos que ella llama: “los de verdá”, porque no se imagina las “piruetas” que pueden hacer, para luego ir a contar allá, a su tierra, que en Cali la salsa no se come, sino que con ella, la gente se eleva, se despeluca y goza moviendo los pies.

En todo caso, no importaba de dónde venían, la fiebre de la salsa era la razón para alegrar el espíritu, esa que llegará a su máxima temperatura los días 27, 28, 29 y 30 de septiembre, cuando cerca de 3.000 bailarines locales, nacionales y extranjeros se tomen el Coliseo El Pueblo en la decimotercera versión del Festival Mundial de Salsa que organiza la Alcaldía de Santiago de Cali dentro de la Temporada de Festivales que inició el 1° de junio con el Festival de Danzas Folclóricas Mercedes Montaño y concluirá el 30 de diciembre con la Feria de Cali.

 

 


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Fecha de publicación 09/09/2018
Última modificación 09/09/2018

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